Es la ciencia que estudia el comportamiento del ser humano, sus procesos mentales, sus emociones, sensaciones, percepciones y la forma de relacionarse con el medio que le rodea.
Requiere que se establezca una relación de confianza entre el terapeuta y el paciente que favorezca la comunicación, con la finalidad de ayudarle a resolver sus problemas proporcionándole las herramientas necesarias para ser capaz de solucionar los conflictos por si solo en el futuro.

El psicólogo es un profesional especializado en los pensamientos y las conductas del ser humano. Mediante un proceso de evaluación, diagnóstico y tratamiento, su misión es detectar aquello que nos está impidiendo funcionar de manera adaptativa y nos genera malestar en algún ámbito de nuestra vida para ayudarnos a enfrentar las situaciones con efectividad.
Reaccionar saludablemente ante un problema no es fácil. A veces, nos bloqueamos o nos sentimos superados, nos preguntamos por qué nos ocurre a nosotros y pensamos que sólo estaremos bien cuando el problema desaparezca por sí solo. Pero esto no siempre es posible y, a veces, necesitamos que alguien nos ayude a darnos cuenta de que nuestro bienestar no depende del problema sino de nosotros mismos, de cambiar la forma en la que pensamos o actuamos ante él. Solo así estaremos preparados para afrontar esa situación y cualquier otra que pueda aparecer en el futuro.
Esa es la tarea del psicólogo, hacer de guía, orientarnos, servirnos de apoyo…

Existen múltiples razones por las que acudir al psicólogo. Todas las personas, a lo largo de nuestra vida, pasamos por momentos en los que sentimos que no somos capaces de resolver algo de manera adecuada, problemas en casa, con nuestra pareja, nuestros hijos, la familia, el trabajo, los amigos, nuestra opinión sobre nosotros mismos… situaciones que nos producen ansiedad, frustración, preocupación, que nos hacen sentir bloqueados, o nos impiden disfrutar como deberíamos de las situaciones que nos rodean.
En cualquiera de estos casos y en muchos más, la ayuda de un profesional ajeno a nuestro entorno, con una visión objetiva y cualificada, puede proporcionarnos los recursos necesarios para sentirnos fuertes y capaces de afrontar un problema que en ese momento no somos capaces de solucionar.
A veces creemos que si dejamos pasar el tiempo, todo se solucionara pero es posible que eso sólo consiga agravarlo.

En el primero de los casos, es evidente que si alguien no cree que necesite ayuda, no va a confiar en el psicólogo ni va a dejarse ayudar, por lo que es inútil asistir, ya que el trabajo de cambio lo debe hacer el propio paciente y, para ello, debe estar dispuesto y decidido.
En el segundo de los casos, si es posible. A veces, una primera sesión con el psicólogo, en la que nos ayuda a entender lo que nos pasa, nos tranquiliza al explicarnos que no es nada raro, que le sucede a más gente y nos da opciones sobre cómo afrontarlo, nos proporciona el impulso que necesitamos para decidir ayudarnos a nosotros mismos y comenzar a trabajar.

Las sesiones tienen una duración de 50 minutos y pueden ser presenciales u online, según las circunstancias de cada persona.
Aunque lo recomendable, sobre todo al principio, es que sean presenciales para fomentar y fortalecer la relación entre el psicólogo y el paciente, a distancia también se puede establecer un buen vínculo terapéutico.
Las primeras sesiones están dedicadas a recopilar información sobre el paciente con el fin de conocerle y entender el motivo de consulta. Es posible que el psicólogo solicite pruebas adicionales como test o autorregistros que se pueden realizar en la consulta o en casa, todo ello con la finalidad de ampliar la información sobre el paciente, conocer sus sentimientos, sus preocupaciones, su forma de actuar ante las situaciones, etc y así poder diseñar la intervención que mejor se adapte a sus necesidades.

No. El psicólogo nos ayudará a conocer nuestras opciones para que, a través del trabajo durante las sesiones y en casa, seamos capaces elegir aquellas que nos ayuden a interpretar las situaciones problemáticas de manera saludable para conseguir resolverlas.
Como profesional, identificará los problemas y su origen y propondrá un tratamiento que puede incluir alguna actividad o tarea durante las sesiones o en casa pero nunca será una imposición. Será el paciente quien decida lo que va a hacer.

En España, los psicólogos no pueden recetar fármacos. Esa labor corresponde sólo a los médicos y, aunque el psicólogo es un profesional de la salud, no es médico.
En ciertos casos, puede recomendar al paciente visitar al médico de cabecera o a algún especialista del ámbito de la salud mental como el psiquiatra o el neurólogo que, previa valoración, decidirá si es conveniente el tratamiento farmacológico.

Si, de hecho es una obligación que establece el código deontológico del psicólogo. No puede transmitir datos a terceros sin el consentimiento previo del interesado y, además, esos datos deben ser tratados de conformidad con la Ley de Protección de Datos de Carácter personal.
Únicamente, en el caso de los menores de edad, se requerirá el consentimiento de los padres para iniciar el tratamiento. Y, aunque el psicólogo tendrá que hablar con los ellos sobre lo que le sucede a su hijo, en el caso de los adolescentes, toda la información que se les proporcione será sólo con el consentimiento previo del paciente.

Sí se puede pero ocultarle información o mentir afectará a la terapia porque puede impedir al terapeuta conocer bien al paciente (su forma de pensar, de actuar, de sentir) y no podrá ayudarle de manera satisfactoria o retrasará los resultados.
Es importante tener en cuenta que el psicólogo no juzga al paciente y nunca le preguntará nada para satisfacer su curiosidad. Todo lo que pregunte será necesario para un mejor conocimiento del problema, para el correcto desarrollo de la terapia y para proporcionarle la ayuda más completa posible.

Esto es algo completamente normal. Sobre todo porque, al principio, el psicólogo es una persona desconocida y no se ha establecido el vínculo de confianza necesario para que el paciente se sienta cómodo hablando de ciertas cosas o mostrando sus sentimientos.
Por ello es importante saber que el psicólogo no va a juzgar nada de lo que escuche y está obligado a guardar el secreto profesional, por lo que no podrá transmitir ningún tipo de información sobre el paciente a terceros.
No obstante, a lo largo de las sesiones, el vínculo que se crea entre el paciente y el psicólogo proporcionará al primero la confianza necesaria para sentirse cómodo al transmitir todo aquello que, a priori, pueda producirle vergüenza, dolor o miedo.

Esta pregunta nunca tiene una respuesta concreta porque, aunque hay tratamientos generales establecidos para cada problema, se diseña una intervención única y específica para cada persona, que puede englobar varias técnicas, dependiendo de sus circunstancias, de sus necesidades, de su motivación para trabajar, etc. y esto influye de manera directa en la duración del tratamiento.
A veces acudimos al psicólogo por un problema que creemos muy difícil de superar y, durante el proceso de psicoterapia, descubrimos que modificando algunas creencias erróneas o ciertos hábitos, nos empezamos a sentir bien antes de lo que imaginábamos.
Otras veces, sin embargo, el trabajo de terapia puede llevar más tiempo del esperado. Por ejemplo, cuando según avanzan las sesiones vamos descubriendo que el origen de nuestro conflicto está relacionado con algo diferente a lo que pensábamos al principio, o que nos afecta en más ámbitos de nuestra vida de los que habíamos identificado, o porque van apareciendo otros bloqueos que siempre estuvieron ahí, aunque no éramos conscientes de ello, y también nos están ocasionando malestar o incapacidad.
En definitiva, son muchos los determinantes que influyen en la duración de la terapia pero, en cualquier caso, la última palabra siempre la tiene el paciente. El psicólogo puede orientarle sobre qué aspectos trabajar, aconsejarle seguir con las sesiones, espaciarlas o finalizar el tratamiento pero siempre será él quien tome la decisión.

La práctica clínica ha demostrado que para que la terapia sea efectiva y los resultados sean progresivos, lo adecuado es planificar una sesión semanal. De esta forma, el trabajo es más seguido y constante y favorece que los resultados sean más rápidos. Según el grado de avance y la mejoría del paciente, las sesiones se pueden ir espaciando a quincenales, mensuales…
No obstante, dependiendo del caso, la frecuencia de las sesiones iniciales pude variar. Por ejemplo, los casos de simples consultas de información sobre algo puntual, pueden ser una vez al mes o cuando el paciente lo requiera. Mientras que en otros casos, puede ser conveniente que se programen varias sesiones semanales.
De cualquier forma, a pesar de lo que pueda ser aconsejable, se tendrán en cuenta las circunstancias particulares de cada paciente y será él quien decida la frecuencia de las sesiones.